Dos letras para letrados

Alberto Medina Carrero, editor

Por mi larga experiencia editorial, puedo afirmar que uno de los males mayores en la redacción en general es la falta de organización mental que se vuelca en la página. Parecería innecesario tener que decir que antes de escribir hay que pensar, pero hay que insistir en ello, en vista de los textos de todas clases que se reciben. Pondré dos letras al efecto.

A veces, el texto da la impresión de que el autor no ha tenido claro cuál es el tema que quiere tratar o el enfoque que le quiere dar. Es posible que por distintas razones no se haya dado suficiente pensamiento al asunto como para tenerlo claro; de ahí la forma desorganizada o improvisada con la que se redacta, una que delata la falta de preparación para exponer y analizar adecuadamente.

En esta etapa es crucial contar con las fuentes confiables necesarias para sostener lo que se ha de plantear. El surgimiento de Internet nos ofrece un universo de posibilidades en este respecto. En ocasiones, sin embargo, se nota que se ha descansado demasiado en una fuente, al punto en que lo escrito luce como una reiteración de lo dicho por otro, sin mayor filtro personal de quien escribe.

No debe olvidarse que lo que importa en un texto es el punto de vista del autor, y su formulación clara depende del estudio y la introspección. La consulta de fuentes y referencias es solo el punto de partida para ese proceso de afinar ideas que produzca una expresión propia coherente sobre el tema en cuestión. La abundancia de citas de otros autores no constituye un trabajo válido intelectualmente.

Nunca debe menospreciarse la experiencia propia como fuente de conocimiento y opinión para elaborar un texto, sobre todo, si muchas de las otras fuentes proceden del extranjero, con circunstancias disímiles de las nuestras. En muchas ocasiones, vale más el conocimiento directo y de primera mano que la de una lumbrera de otras latitudes ajena a las de estos lares.

Que tampoco puede querer decir que se descarten esas otras. Lo que no debe querer decir es que se adopten impensadamente los criterios y las opiniones de las llamadas «autoridades» y se hagan propias, sin pasar por el filtro del criterio propio. La consulta de otros autores, pensadores, estudios e investigaciones debe hacerse con rigor crítico, sin que nos deslumbremos por títulos y reconocimientos.

Leer para pensar, no para copiar servilmente. Tampoco se trata de hacer un inventario abultado de fuentes para impresionar al lector, porque, muchas veces, ocurre que en todo ello hay mucha reiteración de unos autores citando a otros en apoyo de quienes escriben o para discrepar y distinguirse en ese mundo ferozmente competido de la academia y los círculos profesionales.

No debe olvidarse que hay otras fuentes distintas de las bibliográficas, que también pueden formar parte de esta etapa de organizar las ideas antes de acometer la tarea de ponerlas por escrito. Los medios audiovisuales ofrecen un mundo de conocimiento cuyo alcance y posibilidades técnicas trascienden por mucho el de la página impresa en la muestra detallada de la realidad. Este aporte ha quedado aumentado significativamente por la oferta extraordinaria de la Internet.

Más allá de los documentales, está el cine de ficción, que también nos familiariza con realidades históricas y científicas que nutren nuestro acervo cultural. A partir del contacto con esas obras puede darse un proceso de búsqueda e investigación que amplíe y profundice en lo visto y desemboque en un repertorio más amplio de elementos para el tratamiento de un tema. El poder de la imagen y el sonido combinados tiene un efecto que estimula singularmente la imaginación y la creatividad, no solo en el medio cinematográfico propiamente, sino en el del quehacer literario, en el cual desde hace tiempo influye en lo narrativo.

Como se ve, hay o puede haber un cúmulo de conocimiento, experiencia e inspiración para escribir sobre un tema con pie forzado o de manera libre. El reto que se presenta es el de organizar todo ello en un texto coherente y de fácil lectura, que produzca el efecto deseado de informar o persuadir. De esa estructuración del pensamiento escrito dependerá que se logre ese objetivo, que en el contexto profesional de la abogacía resulta clave para adelantar adecuadamente los intereses de la parte que se representa.

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