Un 29 de febrero perdido
Hiram Sánchez Martínez
Un día entró a mi despacho una persona que quería hacerme una consulta. Luego de los buenos días, me preguntó:
—¿Tiene usted aprobados los cursos del Tribunal Supremo?
—Sí —le respondí con evidente extrañeza—, ¿por qué?
—Para saber si le puedo decir «licenciado» y si está al día en los vericuetos de la ley. La cuestión que le traigo requiere de alguien con mucha pericia.
—Pues, dígame a ver si está en el lugar indicado.
—Bueno, licenciado, es que en la farmacia me regalaron un almanaque de pared para que anotara mis citas médicas del 2024. Es lo único que anoto allí, pues es lo único importante que debo recordar en mi nueva vida de jubilado. Si pierdo una debo esperar, con suerte, entre seis y nueve meses para conseguir otra. Para sacarle provecho a mi nuevo calendario de pared, todo lo que tuve que hacer fue esperar al primero de enero, descolgar el de 2023 y colgar en su lugar el nuevo. Hasta ahí, todo bien, ¿me entiende?
—¿Y entonces? —le dije echándome hacia atrás en mi silla mientras le daba vueltas a mi bolígrafo entre los dedos—. ¿Cuál es el problema?
—Que mientras lo cuadraba para que quedara horizontalmente perfecto, el almanaque cayó al piso y, cuando lo levanté para colgarlo nuevamente, noté un número 29 desprendido sobre el suelo. Pero, no le di importancia. Pensé que pertenecía al calendario que acababa de sustituir, el que por viejo debía tener debilitadas todas sus fechas y articulaciones.
—Sigo sin entender el motivo de su consulta —le dije a sabiendas de que pudiera tratarse de un nuevo perturbado que algún chusco amigo mío me hubiera referido por aquello de joder un rato.
El posible cliente siguió hablando y su posible abogado siguió escuchando.
—Que cuando fui a copiar en el nuevo almanaque las citas que me habían dado los doctores para el 2024, no pude incluir una que me había dado el proctólogo para el 29 de febrero. Mire usted la tarjetita de la cita para que vea que no le miento. —Tomé la tarjetita en mis manos, la olí para asegurarme de que la había preparado la secretaria del médico, y luego vi que decía la verdad; la fecha cabía en cualquier año bisiesto—. ¿Por qué no pude copiar esa cita en el almanaque nuevo?, me va a preguntar. Pues, óigame bien, porque a pesar de que 2024 es un año bisiesto, el almanaque mostraba que febrero solo tenía 28 días. El cuadro para el 29 estaba vacío, pero se notaba que el número se había desprendido o lo habían arrancado. Lo he buscado en el clóset y por toda la casa, hasta en la basura, y el 29 no aparece por ningún lado. En la farmacia no me quieren cambiar el almanaque por otro; dicen que se agotaron y me sugirieron que escribiera el 29 de mi puño y letra. ¡Como si la ausencia de un día en la vida del mundo fuese así de fácil de restaurar!
—Pues, pida una cita para otra fecha.
—Me niego. Mi temor no es perder la cita, sino que llegado el 28 de febrero todo el mundo quiera saltarse un día para pasar al 1 de marzo. Entonces yo me quedaría sin vivir un día este año. Necesito demandar en el tribunal al que toma las decisiones de cuántos días tiene cada mes. Debe honrarme la garantía de que el febrero de todo año bisiesto tiene 29 días. Esto me está produciendo un daño moral. Por eso, quiero demandar a quien sea que esté a cargo de decidir los días de los meses en los almanaques para que me honre la garantía y me consiga otro 29, licenciado. ¿Puede averiguar quién está a cargo de este asunto para demandarlo? ¿Me llevaría usted el caso?
—Ah, pues en ese caso debo referirlo a otro abogado de los que dominan el arte de la calendarización. Es un arte muy complicado, especialmente para los jueces. Es más, lo puedo referir a un primo —bueno, creo que primo tercero— que antes era juez, y al que siempre le han gustado los calendarios y las causas perdidas.
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Contenido:
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