Ricardo Alegría en mi recuerdo
Alberto Medina Carrero
Lo conocí hace poco más de medio siglo cuando coincidimos en los pasillos y salones de la Escuela de Derecho de la UPR. Era un joven – casi todos lo éramos – reservado, diría que tímido, de poco hablar, en voz baja y ritmo pausado. Escuchaba más que lo que hablaba en aquellas tertulias espontáneas de pasillo.
Quizá por afinidad de temperamento e ideología, establecimos cierto rapport. Por razones obvias, yo era consciente de su estirpe cultural y patriótica, pero en aquellos tres años nunca le vi ni el más leve asomo de jactancia por ello.
Pasaron unos años y a principios de los años 80 la vida me llevó a colaborar formalmente con el Colegio de Abogados en sus servicios editoriales, principalmente como editor de su Revista. Y ahí apareció Ricardo como autor y, sobre todo, miembro de la Comisión Editorial, comprometido con un esfuerzo intelectual que no siempre contó con el apoyo gremial y la participación activa de los compañeros.
Pero, Ricardo era estudioso, culto, y sentía y actuaba conforme con el compromiso con el Colegio y con el país que llevaba en la sangre. Y así fue durante muchos de los catorce años en los que fui editor. Ricardo valoraba lo que el Colegio significaba para el país y ponía su saber al servicio de la causa que representaba. Hablaba poco pero escribía mucho y muy bien. Era un hombre de otro tiempo; un abogado letrado, con una amplia cultura jurídica y general. Le dolía la subordinación política que no termina.
Unos años después coincidimos en el Departamento de Justicia; él llevaba tiempo en la Oficina del Procurador General, y yo me desempeñé tres años como uno de los ayudantes especiales del secretario Héctor Rivera Cruz. Allí conversábamos de los temas de siempre. Me fui pero él continuó laborando allí, poniendo su fino intelecto a escudriñar el Derecho con ánimo esclarecedor.
En algún momento ya lejano en el tiempo, me honró confiándome uno de sus libros para que se lo revisara. Debo haberlo hecho bien, pues varios de sus libros pasaron por mis manos, Voluntad de ser, fervor de nación, siendo uno de ellos. La verdad es que no había mucho que arreglar o corregir porque, como he dicho, Ricardo escribía muy bien.
Mas, hace unos años me volvió a honrar con su confianza cuando me pidió que lo auxiliara en un proyecto editorial pendiente como homenaje a don Ricardo. Por supuesto que acepté participar gustosamente. Más recientemente, pidió mi opinión sobre un proyecto de novela en que se había embarcado. Buen cuentista, quiso probar suerte con un texto algo complicado. Le hice unas observaciones y la publicó con el título Diario de Caronte.
Cuando a solicitud del actual presidente del Colegio reviví Ley y Foro, tuve en Ricardo un frecuente colaborador, como atestiguan las páginas cibernéticas de la revista. Tan recientemente como hace tres meses me había enviado la que resultó ser su última colaboración. No dudo de que haya dejado algo en borrador para el próximo número.
Me llamaba con alguna frecuencia. Le preocupaba – más que eso, le dolía – la Patria y el rumbo equivocado que se había acentuado en las últimas tres décadas, y lo compartía conmigo por afinidad ideológica y de principios. A veces se quejaba cuando no le publicaban alguna de sus columnas de opinión esclarecedora. Tenía la combinación enaltecedora de profundidad de pensamiento y altura de miras, que tanto escasea en nuestro medio.
También me llamaba para generosamente compartir su conocimiento del Madrid que tanto nos gusta. Así, me recomendaba alojamientos y lugares para comer que, a pesar de las muchas veces que he visitado la capital española, yo desconocía.
Entonces, calladamente ha hecho mutis por el foro. Y el Foro y el país quedan empobrecidos, y yo sin un querido amigo.
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