Los días libres del celular

Hiram Sánchez Martínez

Era sábado por la mañana, único rato del fin de semana en que yo solía abrir mi despacho para atender a quien no pudiera venir en la semana.

—Hay en recepción un señor cincuentón excusándose mucho por no haber podido venir a hacerle la consulta durante la semana, pero que insiste en verlo hoy —me explicó mi secretaria—. Me da la impresión de que ha venido antes.

—Hazlo pasar.

La mujer salió y luego volvió a entrar acompañada del hombre, a quien ella misma le indicó dónde sentarse.

—Usted ha estado aquí antes y lo he referido todas las veces —le dije con voz neutra, para no dejar entrever que adivinaba su tipo de consulta.

—Es cierto. Sin embargo, prefiero que sea usted el que me escuche primero, pues es en quien más confío. ¿Usted sigue tomando los cursos del Supremo?

—Claro, hombre, de lo contrario no podría asesorarlo. Ahora, dígame, qué lo trae por aquí de nuevo.

Comenzó a sonarle el celular al hombre; lo extrajo, miró la pantalla, lo silenció y, entonces, me respondió:

—Justamente esto es lo que me trae aquí: el celular.

—¿Qué con el celular?

—¿No se ha dado usted cuenta? Hoy es sábado, o sea, fin de semana, y la gente me sigue llamando como si fuera lunes o viernes.

—¿Y qué de extraño tiene eso? El uso del celular es 24-7.

—Precisamente por eso fui a la compañía. Le pregunté a la de Servicio al Cliente que cuáles eran los días laborables del Gobierno y de las oficinas de los médicos y los abogados, y si los empleados, públicos y privados, tenían días libres. Al principio la doña se me quedó mirando seria y fijamente, como si estuviera en Babia, más o menos como luce usted ahora mismo. Volví a preguntarle que si ella creía que los celulares debían tener también sus días libres…

—¿No cree usted que con apagarlo sería suficiente? —le interrumpí.

—Eso mismo me contestó ella. Pero le aclaré que no: que yo quería que quien me llamara supiera que no era cuestión de «teléfono apagado», sino de «teléfono en descanso». Así que extraje un papelito de algo escrito que llevaba en el bolsillo de la camisa y se lo entregué, mientras le decía que mi solicitud era que se interrumpiera mi servicio el fin de semana, pero con un mensaje para quien marcara mi número. El mensaje sería más o menos el siguiente:

«Soy un teléfono celular en mi día libre. Cualquier comunicación con mi dueño deberá hacerse de lunes a viernes entre nueve de la mañana y seis de la tarde. No se aceptarán mensajes escritos».

—¿Y qué hizo ella con el papelito?

—Lo estrujó y, haciendo una bolita, lo echó al zafacón y me dijo que mejor saliera de la oficina antes de que ella llamara a «Seguridad».

—¿Y cuál es su consulta?

—Si usted puede llevarme una acción de clase contra todas las compañías de celulares de Puerto Rico para obligarlas a darle al menos un día libre a cada teléfono celular en la Isla. ¿Me comprende?

—Bueno, ya yo no brego con celulares y esas cosas tecnológicas, pero lo puedo referir a un primo —bueno, creo que primo tercero— que antes era juez, y al que siempre le han gustado las causas perdidas.

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