Devolverle el alma al derecho*

Dra. Érika Fontánez Torres**

A todos los migrantes del mundo
Al pueblo palestino

¿Dónde estábamos cuando gritaban en la noche?
¿Éramos sordos, mudos, ciegos?
Ernst Janning,
Juez en la película Los Juicios de Nuremberg (1961).

 

I. Introducción: el peligro de la cotidianeidad

Hace unos días, leyendo un libro del escritor español Javier Cercas, reparé en dos citas que me parecieron propicias para este evento. La primera es una cita de Tolstói. Dice así: “el individuo que desempeña un papel en el quehacer histórico nunca entiende su significado”.[1] La afirmación de Tolstói lleva razón y aplica tanto a individuos como a colectividades. Inmersos como estamos en los eventos que acontecen, es imposible conocer a ciencia cierta el significado que se le otorgará a nuestro presente. Y es que el presente solo puede ser visto como pasado desde el futuro. La segunda cita es del propio Cercas: “La democracia siempre está amenazada y nunca lo está más que cuando creemos que no lo está”.[2] También lleva razón; cuando más confiados estamos es cuando más fácil se cumple la profecía de la amenaza.

Si juntamos el pensamiento de Tolstói con el de Cercas, la pregunta que se impone es si hoy es posible atisbar a tiempo la gravedad de la amenaza a la democracia que atestiguamos y—más importante aún—qué se requiere de nosotras en este momento histórico ante esa amenaza.

Lo anterior sugiere que vivimos en una amenaza a la democracia. Se dirá que exagero pues la democracia en el mundo occidental era ya pálida y en el caso de Puerto Rico apenas esqueletal. ¿A qué me refiero entonces? ¿Qué señales de gravedad estamos recibiendo en lo contemporáneo en Estados Unidos, en mundo contemporáneo y en Puerto Rico? Hannah Arendt, en su obra Hombres en Tiempos Oscuros (1968), señaló que en los tiempos más oscuros debemos procurar cierta iluminación para evitar que la inercia de la rutina y la cotidianeidad nos ciegue. Los tiempos “oscuros¨ a los que esta teórica política aludía asumieron diferentes formas. Desapariciones, encarcelamientos, persecuciones, expulsiones, miedos, prohibiciones, genocidios. Hay muchos ejemplos en el siglo XX. Los historiadores lo nombran violencia extrema. Pero lo que hoy vemos como algo lejano en las películas y documentales, fue ocurriendo poco a poco, paulatinamente y se iba naturalizando en la cotidianidad. Sus medidas, incluyendo las jurídicas, se instalaron como la nueva normalidad. Ocurría mientras la gente se transportaba a sus trabajos en un tapón, al calor de una mañana en que abrían sus oficinas, almorzaban en la cafetería o celebraban asombrados nuevas herramientas tecnológicas. Mientras se escuchaba la radio, se leía el periódico y se discutía en los clubes sociales (Hoy día pasaría mientras estamos en las redes o discutiendo la última innovación de la IA).

Pocas películas han ilustrado mejor lo que eso significa para los operadores jurídicos que Los Juicios de Nuremberg (1961) que presenta algunas de las perspectivas de los jueces de la Alemania nazi en el juicio cuando se les pidió cuenta de sus actuaciones. Muchos asumieron sin cuestionarse la aplicación de la ley, emplearon todo su peso, algunos por convencimiento, otros con justificaciones utilitarias, y otros por falta de llevar su cuestionamiento ético hasta sus últimas consecuencias. En una de las más icónicas escenas uno de los personajes principales, el acusado Juez y jurista Ernst Janning hace llamar a su celda al Juez que presidía los juicios. Su declaración es iluminadora: “Juez Haywood . . . la razón por la que le pedí que viniera . . . (se detiene con un taco en la garganta) ¡Esa gente, esos millones de personas . . . Nunca imaginé que llegaría a esto. ¡Debe creerme, debe creerme!”

Ocurría lo que Arendt llamó cotidianidades de la banalidad del mal. Banalidad porque la cotidianidad no permitía pensar sobre lo que de pronto resultaba normal o poco cuestionado en su ejecución. Había que seguir instrucciones, había que seguir el estado de derecho, había que seguir trabajando. Ahora miramos atrás y no nos reconocemos en ese pasado. Hoy nos toca vernos retratados en los peligros inherentes de esas cotidianidades y, sin ánimo catastrófico, pero con plena conciencia de nuestro lugar en la historia, pensarnos seriamente como operadores del derecho con una responsabilidad ética indiscutible para con nosotres, entre colegas, y entre ciudadanes de nuestro país y del mundo. ¿Por qué? Porque la cotidianeidad que asumimos para sobrevivir se traga la suma de eventos que requieren éticamente detenernos para acoger con seriedad el peso de nuestro tiempo.

II. La amenaza contemporánea

La intelectual Naomi Klein lo ha llamado “fascismo de fin de mundo”:

Gracias a décadas de crecientes tensiones económicas, . . . muchas personas, comprensiblemente, sienten que no pueden protegerse del colapso que los rodea  . . . Pero existen compensaciones emocionales: puedes celebrar el fin de la acción afirmativa y de las políticas de diversidad, equidad e inclusión (DEI), glorificar la deportación masiva, disfrutar la negación del cuidado de afirmación de género a personas trans, demonizar a educadores y trabajadores de la salud que creen saber más que tú, y aplaudir la eliminación de regulaciones económicas y ambientales como una forma de fastidiar a los progresistas. El fascismo del fin del mundo es un fatalismo oscuramente festivo: el refugio final de quienes encuentran más fácil celebrar la destrucción que imaginar una vida sin supremacía. (traducción nuestra)(énfasis suplido).[3]

Hoy resumo algunas tendencias, no con ánimo alarmista, sino con plena conciencia de que si una institución está interpelada a mirar esto con cautela y proponer cursos de acción en nuestro País es el Colegio de Abogados y Abogadas de Puerto Rico. Al menos eso propongo.

  1. Atestiguamos el colapso, la muerte lenta—y a veces no tanto—de nuestras instituciones; imperfectas como son han dejado un legado importante de cohesión, acceso y ascenso social, ciertas garantías y derechos. Ante el duelo de su pérdida, una pregunta clave es quién, qué y cómo se llena el vacío. Por ejemplo, ¿cómo se llena el vacío del Estado? La idea misma del Estado como representante del interés común. Hace décadas que el Estado no responde a la idea del liberalismo político que suponía encarnar los deberes de un contrato social en el que protegía los derechos. En cambio, se ha convertido en un jugador más de la economía política y ha colapsado burdamente en la lógica de la economía del capital, transaccional, oferta – demanda, mercantilismo puro. Solo basta ver cómo las decisiones importantes sobre los derechos de la ciudadanía las toma una Jueza en la corte de quiebras. Ya no hay asomo ni apariencia de responder a la soberanía popular, que, al menos en teoría suponía responder a la protección y el respeto de los derechos individuales, y la aspiración a garantizar derechos sociales, económicos y culturales. El Estado está para garantizar la eficiencia de la acumulación de riquezas de unos pocos a expensas de los derechos de la mayoría y del extractivismo del planeta.
  2. Pero no es el Estado el único en transformación. La sociedad civil también. Las instituciones cívicas como los gremios, sindicatos, entidades cívicas, las universidades públicas han sido atacadas y dejadas en la precariedad, lo que ha facilitado la desaparición de una sociedad civil fortalecida que pueda contrarrestar la lógica anterior. La colegiación de un sin número de profesiones en los siglos XIX y XX no solo garantizó velar por los intereses de gremios, jugó un papel fundamental en la vida democrática y fortaleció la sociedad civil por más de un siglo. Hoy atestiguan retos inéditos bajo la lógica de la competencia de mercado y una precariedad para convertirse en apoyo a grupos de interés y organizaciones a partir de intereses comunes.
  3. Tercero, la narativa de los derechos y el rule of law ha perdido valor. La promesa que daban los derechos en el liberalismo político ha colapsado hacia una lógica transaccional que los deja a expensas de si estos son o no rentables para quienes controlan los mercados y el capital. Los derechos suponían un contrato social, eran la estipulación política de origen en cualquier comunidad política. Hoy su aplicación está mediada en determinado momento por el cálculo de si dar derechos es o no costo-efectivo a los intereses de la economía política y atestiguamos un retroceso pasmoso en las áreas de derechos laborales, civiles, sociales (como educación, vivienda, salud y cultura). El utilitarismo mercantilista se ha tragado los derechos y la arbitrariedad contra la singularidad amenaza con privar de derechos plenos a quienes se perciben sospechosos de la hegemonía.

Estos son algunos ejemplos macro. Se trata del contexto que ha abonado un terreno fértil para lo que atestiguamos burdamente: un autoritarismo creciente local, estadounidense y a nivel internacional, no sin resistencias, claro está.  Comenzando con la cotidianidad que mantiene en sitio el genocidio en Gaza, las hambrunas en países africanos y la inclemencia de las guerras, viviendo plenamente la realidad material de una teoría que promulga que ante una devaluación del crédito y la deuda estatal, es mejor la dictadura de los acreedores que la ineficiencia de la democracia. Una devaluación del debido proceso de ley, la normalización del discurso de odio y la crueldad como parte de la política pública. La arbitrariedad de la toma de decisiones del gobierno en todos los renglones, la persecución de grupos que reivindican su singularidad en sus identidades y preferencias de género y sexuales, el racismo institucionalizado, la persecución, el maltrato y la crueldad hacia los inmigrantes. La alteración y el control de las narrativas históricas, la prohibición burda de libros y la interferencia en la diseminación de temas relacionados la crisis climática, la equidad, el género, el racismo, la diferencia, entre otros temas. El ataque sostenido a la Universidad el embate a las universidades públicas trasformándolas en corporaciones -para colmo utilizando los modelos más mediocres- la pretensión del control de la libertad académica, la libertad de cátedra, la eliminación de lo común y lo público, la conversión de elementos esenciales para la vida en negocios de unos poco -mediante la privatización- haciendo que las necesidades humanas básicas (como la salud, la educación, la vivienda, los servicios esenciales) estén a expensas de la capacidad de pago y el endeudamiento de los ciudadanos), el control ideológico del poder judicial y el asalto a las juntas autónomas gubernamentales y universitarias, entre tantas otras cosas.

En este escenario, los derechos han dejado de ser promesa y la ley ha dejado de ser predicción. Ambos se han convertido en cálculos. Y en el cálculo hay ganadores y perdedores. Más perdedores que ganadores. A nosotros nos toca invertir la ecuación. Toca darle contenido y alma nueva al derecho. Refundar la estipulación. Porque el derecho es eso, es una estipulación sobre ciertos valores compartidos al que se llega por medio de la política sobre la pregunta del cómo queremos vivir. Pero cuando la política está secuestrada, el resultado esta secuestrado y en ese sentido el derecho producto de esa estipulación también está secuestrado. Tenemos, pues, que rescatar e insistir en unos contenidos mínimos ético-políticos no negociables por los que debemos velar. No todo orden avalado por el derecho positivo está bien. Hay que poder posicionarnos y emitir un juicio desde ahí, en defensa de la condición humana misma, y hay que resistir la normalidad de procesos, instrucciones, las inercias y comodidades que se convierten en la banalidad del mal o la ignoran. Y no lo habremos de hacer solos, sino acompañades por la ciudadanía, por otras organizaciones. Toca ser ciudadanos-abogados más que abogados-ciudadanos. Acaso en esa función toque proponer una nueva promesa y fe para el derecho, una acompañada de gesta ciudadana.

III. Del rescate, la fe y el derecho

La definición del Real Academia Española de la fe incluye la obvia, “un conjunto de creencias de una religión”. Pero también incluye otras acepciones: “confianza, buen concepto que se tiene de alguien o de algo. Ej. Tener fe en el médico” o, “creencia que se da a algo por la autoridad de quien lo dice o por la fama pública”.

Por buenas razones, gran parte de la ciudadanía, incluyendo a muchos de nosotres, hemos perdido la fe en el derecho. Incluso aún cuando lo enseñamos. No es para menos. Hace un tiempo escribí aludiendo a Duncan Kennedy que “en general, se acude al Derecho casi al mismo paso al que la gente se convierte a la religión, abrazan la fe, con su mismo velo de irracionalidad.  En cierto sentido, parecería que el Juez y el Sacerdote son personajes que sabemos al borde de la muerte pero que nos negamos a dejar morir. Y es que los problemas en nuestro País son tan apremiantes que en gran medida la gente de a pie y nosotros como abogados y abogadas queremos pensar que el sistema legal, casi como única esperanza. Por eso funcionamos con fe, como si funcionara”. [4]  Pero en el fondo sabemos que nuestra rutina y cotidianeidad en el derecho exige que asumamos una abogacía retadora más allá del litigio, en la calle, en el acompañamiento, no pocas veces en la desobediencia. Una alternativa es hacernos de la vista larga, continuar como si funcionara, también escribí hace diez años.

Podría ser en el fondo un paliativo ante una realidad avasalladora: (a) queremos creer en [la idea de la neutralidad del Juez] porque no hacerlo provocaría angustias basadas en la centralidad de los jueces en el sistema político, y (b) la gente quiere creer en ella porque la creencia satisface, a cierta distancia, desde una cierta lejanía social, una agradable fantasía sobre las posibilidades de ser en el mundo.[5]

Siempre está la alternativa del no-reconocimiento, del abandono del sistema legal, de señalar sus fallas, falacias, conspiraciones, y descartarlo del todo. Pero no hay que irse al extremo, quizás hay otra concepción de la fe y confianza, pues después de todo, las instituciones son las personas que la integran, y en este caso, nosotras, y en particular nuestro gremio, somos operadoras del derecho con la posibilidad de agenciar poder en otra dirección. Además, como leí recientemente, fue la versión occidental de la fe la que separó fe y razón: pero la fe va de la mano de la acción (la experiencia) y el corazón.

Cuando antes mencioné que es necesario refundar la estipulación, darle nuevo contenido y alma al derecho, me refería a un ejercicio consciente de no aceptar un status quo del derecho positivo que violente el contenido mínimo de la dignidad humana, de la pertenencia a la comunidad política, de un actuar convencidos de que los derechos no son ese derecho positivo que se ha estado transformando para mal. Porque el derecho no es un fin en sí mismo, sino un medio y es un medio para la justicia, para el buen vivir, para que quepamos todes, para proteger la singularidad, para tener lo necesario para la vida, para poner la vida en el centro y no para dejar de lado si el cálculo no satisface las expectativas de una economía de mercado para unos pocos. Darle alma al derecho es asumir constantemente el debate público desde ese contenido. No tenemos que estar de acuerdo en todos los detalles, pero sí podemos tener un contenido mínimo que se ha borrado y que no debemos resignarnos a ello. El derecho positivo no puede negarnos la capacidad de pensar e insistir en la condición humana. Hay que rescatar los contenidos del reino del cálculo y el costo beneficio e insistir en una estipulación no negociable. La confianza en el derecho depende de eso, y, por lo tanto, la confianza en la abogacía y en el Colegio de Abogados y Abogadas, también. No es posible ver los intereses de les abogades separados del buen vivir en una sociedad porque somos interdependientes y ecodependientes, por lo que nuestros intereses como abogades son eso también.

Entonces, ¿qué toca hacer?

  1. El compromiso desde el campo jurídico y la abogacía, desde nuestro Colegio de Abogados y Abogadas, debe ser firme y no titubear so pena de ser tildado de imparcial o hasta radical. Debe mantenerse y refrendar lo que ha sido, hoy más que nunca, una Institución con compromiso por una abogacía por y con la humanidad y no de espaldas a ella. ¿Cómo lo concretizamos? Reuniéndonos aún más abiertamente, en actividades de reflexión gremial, pero también propiciando actividades ciudadanas, en pensamiento constante (y el pensamiento no es estratégico ni se limita a lo utilitario, a lo “practico”, no tiene barandillas), pero también al salir a la calle, en acompañar a quienes lo necesitan, en escoltar a otros y otras en su búsqueda de derechos y en la protección de derechos cotidianamente, sin esperar que un juez lo dicte. Esa es la trayectoria de este Colegio y debe refrendarse y fortalecerse aún más.
  2. Hay que convertir la fe en atracción, susurrar los derechos, devolverles su dignidad. Poner constantemente en tela de juicio la idea de que los derechos están sujetos al cálculo del resultado más eficiente. En nuestra práctica y en nuestros juntes debe haber un compromiso consciente de cuestionar las perspectivas que normalizan los derechos como transacciones sujetas al mejor postor o al análisis de lo que es supuestamente eficiente para la economía de mercado. No hay que ceder un ápice.
  3. Toca poner la vida en el centro. Darle alma al derecho: susurrar derechos, defender la estipulación con contenido. No todo orden es un buen orden. No todo se vale. Es decir, reafirmar sin ambages una abogacía por la justicia. Una abogacía cotidianamente humana es el mejor antídoto ético para encarnar la responsabilidad que nos toca en tiempos de oscuridad.
  4. Rescatar con fuerza como lo han hecho las comisiones de este Colegio, ahora junto a otros gremios como los trabajadores sociales, personal de la salud, trabajadores diestros, profesionales expertos en los bienes comunes, aquellos temas que se pretenden borrar y prohibir y vociferar las implicaciones que tiene el derecho positivo o su interpretación en aquellos que sufren, incluyendo los no humanos.
  5. Continuar retando y acompañar en el reto ante las políticas públicas autoritarias y contrarias a la dignidad humana.
  6. Toca la solidaridad radical. No podemos aislarnos, toca replegarnos, no dejar a nadie solo, hablar y apoyar en la cotidianeidad. Nos toca ser compasivos y solidarios, pero también nos toca velar que ni compasión y mucho menos la caridad, sustituyan la justicia. Los inmigrantes, las personas trans, los refugiados, los perseguidos, aquellos a los que se desposee de su vivienda, de su seguridad, del derecho a acudir a las aulas a educarse, no requieren mera caridad, precisan justicia.
  7. Fortalecer las instituciones, crear nuevas, sólidas. Sí, yo creo en las instituciones pues como dije en este Colegio en el 2014, instituciones como esta han sido fundamentales en el crecimiento del País, en la inconformidad y la crítica, en el apoyo a la resistencia y en servir de garantes de derechos. Todos estos aspectos son fundamentales para una vida plena. Esta situación no la puede atender nadie desde la soledad. Los retos comunes los enfrentaremos solo desde lo común. Esto incluye fortalecer los gremios, todos, y saber que estos no solo velan por sus intereses gremiales, sino que son fundacionales para cualquier democracia rigurosa; una vida en el aislamiento nunca será una vida plena.
  8. Reflexionar sobre el productivismo tecnológico y tecnocrático, la centralidad de la tecnocratización a expensas del humanismo. Nuestra profesión es una humanista y que desaparezca el humanismo de nuestra cotidianeidad es abonar al autoritarismo y al fascismo. Toca cuestionar esas premisas que a veces damos por sentadas sin reparar en las implicaciones éticas. La adopción de la tecnología sin reflexión es el caldo de cultivo de este momento autoritario que quizás en un futuro será nombrado como tecnofascista.

El momento es ahora porque fue en la cotidianeidad que se generó el pasado de violencia extrema que ahora nos es solo un referente histórico. Es ya, en nuestra cotidianeidad donde se están fraguando políticas autoritarias y fascistas. No es que viene, no es mañana, es en el día a día, esta noche, mañana en una vista, pasado mañana en una deposición. Y será en esa cotidianeidad de una abogacía por la justicia donde lo resistamos, con unidad de propósito, conscientes y de manera estratégica. Toca organizarnos, tener plena consciencia como gremio, ampliar nuestra base, asumirnos como ciudadanos abogados, más que abogados ciudadanos y fortalecernos para defender la vida.

 


* El mensaje se ofreció por la autora como Oradora Invitada en la Junta Solemne, el 26 de junio de 2025, en la sede del Colegio de Abogados y Abogadas de Puerto Rico y puede accederse en el siguiente enlace: https://www.facebook.com/share/v/16m9eF42p2/ (última visita 14 de agosto de 2025).

** Érika Fontánez Torres es Catedrática de la Facultad de Derecho de la Universidad de Puerto Rico. Cuenta con un Ph.D. en Filosofía Político-Jurídica, un LL.M. en de la London School of Economics and Political Science (LSE), y un Juris Doctor (J.D.) y Bachillerato en Artes (B.A.), ambos de la Universidad de Puerto Rico. Es autora de varios libros, columnas y artículos. Fontánez Torres participa, además, como intelectual pública en Puerto Rico en diversos temas que intersecan el Derecho con la democracia ciudadana y la justicia social. En el 2014, el Colegio de Abogados y Abogadas de Puerto Rico le otorgó por su trayectoria la Medalla Nilita Vientós Gastón, reconocida jurista, escritora, defensora los derechos humanos y civiles.

[1] Javier Cercas, El chantaje testigo, en No callar 108 (2023).

[2] Javier Cercas, Nacionalpopulismo y democracia, en No callar 55 (2023).

[3] Naomi Klein,  The rise of end times fascism, The Guardian, 13 de abril 2025, https://www.theguardian.com/us-news/ng-interactive/2025/apr/13/end-times-fascism-far-right-trump-musk.

[4] Érika Fontánez Torres, Rasgar las paredes del Poder Judicial, Revista Digital 80grados, 12 de noviembre de 2010, https://www.80grados.net/rasgar-las-paredes-del-poder-judicial/.

[5] Id.

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