
Francisco Ortiz Santini
«No hay maridaje más tiránico que el que se contrae con el bendito calendario» – musitó para sí el letrado en cuestión. «Es como la poligamia; tengo que responder a más de un consorte, so pena de las consecuencias» – continuó monologando mientras se acicalaba ante el espejo.
– Deja de joder con el tema – su esposa le increpó – que un día de estos se te ocurre pensar en voz alta en corte y ahí mismo te ganaste el lío. Ella le hablada de espaldas; su atención concentrada en asegurar que su compañero de vida luciera impecable en sala, combinando colores y texturas que escapaban al entendimiento de él. Era su conciencia y su ángel guardián. – Recuerda que no puedes comerte la torta y tenerla todavía – le advirtió.
Fue en ese momento que el abogado notó que algo raro pasaba.
– Querrás decir bizcocho – dijo él, procurando despejar su leve desconcierto.
– – Si, eso mismo; bizcocho. Eso fue lo que dije – ella reiteró. – ¿Qué me escuchaste decir?
– – No, nada; simplemente escuché mal – trivializó el mientras se despedía con el impostergable besito en los labios.
Hoy se presentaba como un día agitado. Dudó entre llevarse la tablet que su esposa le regaló, o cargar su expediente de papel en el mismo maletín Samsonite que adquirió años atrás cuando revalidó. Se llevó los dos.
Llegado al tribunal, no dejaba de enfadarle la nueva realidad. En las raras ocasiones en que se pautaba una vista presencial, el recinto judicial lucía solitario. La secretaría sin fila; los ascensores vacíos; el personal de sala casi como único interlocutor, a la espera de que llamaran el caso.
– No es que las videoconferencias estén mal – alcanzó a comentarle a la abogada de la parte contraria minutos antes de abrir sala.
– No, no lo son – ella le asintió. – Cuando recuerdo lo que a veces tenía que madrugar para, comoquiera, chuparme un jodío tapón por culpa de los pendejos que se paran pa’ ver un carro queda’o, me doy cuenta que el Zoom tiene sus ventajas.
– Sí, así mismo es – él le reconoció. – Especialmente cuando tienes el primer turno, pero el colega no ha llega’o.
– Bueno, – ella aseveró con una sonrisa a medio florecer – al final del camino nos sentimos como un pájaro prehistórico desvelado ante una ecología transformada.
El abogado volvió a percibir la punzada que le hizo sentirse como un Aureliano Babilonia, versión boricua. Pero antes de que pudiese preguntarle a la colega, el «todos de pie…» le recordó dónde estaba, y para qué. Los letrados no conocían a la juez millennial que pasó a ocupar el estrado. «Casi podría ser mi hija» – se telegrafiaron con la mirada. O su nieta.
– Buenos días al compañero y a la compañera – la juez amablemente les expresó. – Para hoy tenemos pautado discutir el informe de conferencia preliminar con antelación al juicio y explorar vías transaccionales. ¿Qué tienen que informarle al tribunal? “¿Compañero de la parte demandante?
– Hemos tenido algunas conversaciones con la compañera – informó el abogado – pero estamos lejos.
– Perdonen, pero, ¿cuán lejos? – inquirió la juez.
– Muy lejos, su señoría” – interpuso la abogada. “Nos consta que el compañero ha hecho su mejor esfuerzo por persuadir a su cliente, pero él no quiere ceder en su posición. Con todo respeto al compañero, su cliente no puede pedir más dinero que el que perdió. ¿Cuándo se ha visto algo así? Ni el ave fénix tenía esa capacidad de recuperación – acotó.
– ¿Cómo carajo es?” – fue lo único que alcanzó a decir el abogado. Ante la mirada atónita de los presentes, se percató de inmediato que estaba viviendo – por inexplicable razón – en una especie de multiuniverso en el que no todo lo que oía o veía provenía de la dimensión que el siempre conoció. Recuperando el control – o al menos confiando que lo lograba – se excusó como pudo.
– Me disculpo con el tribunal y con la compañera, por el exabrupto – comenzó diciendo. – Parece que el estallido inoportuno de una pasión otoñal me hizo cometer una serie de dislates que nadie hubiera esperado de mi limpia hoja de servicios – concluyó, sin estar seguro de creer o no lo que acababa de decir. Para su alivio, lo dicho, funcionó.
– Ya veo – se resignó la juez, pasando con un gesto de derrota a examinar en pantalla el informe de conferencia. – Ya el tribunal revisó el informe y lo aprueba – la juez anunció. – Solo tengo una pequeña observación. Recuerden que cuando anuncien una persona experta en una materia, pueden llamarla perita.
El abogado sabía que el regañito venía para él; que ese pueden sonaba como un tienen. Siendo de otra generación, no encontraba cómo conciliar que perita poseía connotaciones que la proscribían en los extramuros de las tertulias hombrunas de cafetín. Tan difícil como exponer por qué el usar el femenino del alguacil le recordaba a Godzilla.
Como si le leyera la mente, la juez procedió a cerrar la sesión explicando las virtudes del lenguaje inclusivo. – No olviden los y las colegas que la exclusión pasa a la hilera de las momias en el museo de curiosidades anacrónicas del Derecho puertorriqueño, donde reposará junto a figuras de peores tiempos, como los derechos sobre mutación de cauce de los ríos, los de conmistión de cosas muebles, los censos y los coram nobis, entre otros – sentenció. – Que tengan un buen día.
Todavía incrédulo con lo que escuchó, porque sabía que antes en algún sitio lo leyó, el abogado se retiró.
Aunque tenía taller en la oficina, optó por regresar a su casa y a su pareja. «Ya está bueno de tripeos mentales» – pensó ante el semáforo. «No hay que teorizar acerca de cuántos ángeles pueden bailar en la cabeza de un alfiler. ¡Puñeta; y dale que es tarde! – se protestó. Se calmó y se sonrió.
Porque el único ángel que quería ver ya lo esperaba en casa. Allí, donde podría reflexionar sobre su día y sobre su vida. Donde sabía que, sin importar lo que pasara, se sentiría en paz, como cuando era un niño.
1 Mención honorífica en el certamen «Cuentos cortos de la curia» auspiciados por la Comisión de Juristas Creativos del Colegio de Abogados y Abogadas de Puerto Rico.
Nota aclaratoria: El cuento enlaza con expresiones de miembros del Tribunal Supremo de Puerto Rico, las cuales fueron ligeramente modificadas para su adaptación al contexto de la narrativa. Las correspondientes citas están disponibles para corroboración, de así solicitarlas la Comisión o el jurado.
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